Anoche fui al pleno del
Ayuntamiento de mi pueblo.
Me impresioné tanto, que no me ha
quedado otro remedio para quitarme el susto que ponerme a escribir: lo que vi,
escuche, escruté, sentí y pensé. Todas esas circunstancias que me dejaron con
la moral exhausta.
Comienza la sesión a la diez de
la noche.
Una hora que siendo el día uno de Abril de 2014 ya está anochecida.
Una hora tarda para quien además tiene que ir a trabajar mañana. Dicen que lo
hacen así desde hace más de treinta años, para que la sesión no pueda durar más
de dos horas, puesto que cuando dan las doce y se termina el día, por ley, hay
que dar la sesión por acabada.
Sin embargo, yo creo que la
verdadera razón, es que a los dueños del pueblo les molesta que vaya nadie a ver,
a preocuparse y a cuestionarse, cómo llevan ellos su hacienda y de qué manera recogen
su diezmo. Con estas horas intempestivas sin lugar a dudar que no se potencia
el derecho a asistir que tiene la ciudadanía.
Al acercarme a la Casa
Consistorial, aquella que en 1932 construyó el Consistorio republicano a cuyos
electos después mandaron matar, ya me sorprendió la poca luz que se apreciaba
desde abajo en los tres balcones que se asoman del Salón de plenos a la calle.
El alcalde dice que estamos en un pueblo sostenible y que usamos mucho la
bicicleta y éste será otro ejemplo más. Por poco dudé de que detrás de aquella
luz se pudiera estar celebrando una reunión pública.
Al entrar al hall, lugar en el
que asesinaron al Alcalde y al Secretario el día 23 de Julio de 1936, tuve la
sensación de que me encontraba en otro siglo, cuando en la oscuridad las velas
lo alumbraban todo y solamente se veía la sombra de mis pasos. Subí por las mismas
escaleras por las que bajaron dos días después de aquellos crímenes a Fausto,
Julián Gregorio y José, también a llevarlos a la muerte. Entre los recuerdos
hube de hacer un descanso en el escalerón para recuperar el resuello.
En la encrucijada de puertas que
sobran y escaleras, vi el paso que se abre al Salón de plenos. Tras aquellas paredes
tuvieron encerrados a más de cien hombres en aquel verano de 1936. Desde el
dintel observo una sala oscura y sin
vida, un lugar en el que solamente puede habitar la nada: diez concejales junto
al Alcalde y al Secretario.
Preside el salón el Sagrado
Corazón de Jesús. Esta figura de tamaño considerable puede resumir la filosofía
de las gentes de mi pueblo, su fe en
dios y la poca fe que tiene en los cristianos.
Varias hileras de bancos corridos,
posiblemente sus maderas trabajadas en el siglo XIX, se muestran prestas para
servir de sentón al público en general que se acerca a ser testigo de la sesión
plenaria del Ayuntamiento.
Están vacíos.
Paso y tomo asiento.
Todos los ojos del consistorio se
vuelven a ver quién ha entrado, no por nada, sino porque es condición humana
dar pábulo a la curiosidad de ver quién entra y quién sale en aquellos que son
sus dominios.
Yo también los miré a todos para
ubicarlos.
La mesa consistorial está colocada
sobre un estrado de tarima de escasa altura. Tiene dos laterales desde los
cuales se puede facilitar la discusión y el debate con el centro de la mesa. Es
una imagen que no trasmite humildad sino pobreza, aunque probablemente cueste
muchos dineros: la mesa, el estrado y pagar a los que allí están. Enmarcado en
un ambiente con una luz que parece que se consumía y que a cada instante
alumbraba menos y que advertía hubiéramos de echar mano a las antorchas.
En el centro de la mesa; el señor
Alcalde. Se aprecia que se reserva el espacio más ancho y el sillón más alto. A
su izquierda el señor Secretario rodeado por varios montones de papeles que
mueve y revuelve haciendo alarde de su sapiencia. A la derecha el Teniente
alcalde que mira para a todos los lados
tratando de sacar provecho a sus gafas que pareciera que las hubiera comprado
hace un rato. En los laterales como si estuvieran castigados en un rincón de la
mesa, los concejales. Los de la derecha a la derecha y los de izquierda a la
izquierda. Como si fueran dos alfiles en una partida de póker, los dos concejales
de mejor comportamiento colocados con el mismo criterio de izquierdas y
derechas conforman el lado frontal de cada esquinal de la mesa. Están tan
atentos y aplicados que por momentos parecen que se vayan a santiguar y a ponerse
a rezar.
Se abre la sesión y comienza el
pleno.
Desde aquí abajo donde yo estoy
dan miedo.
El Secretario, con palabras
medidas repite para todos los presentes con educación y respeto lo que dice que
pasó en la sesión anterior. Ahora habla el Alcalde y se agranda con sus palabras.
No es de extrañar que se ponga de puntillas para aparentar más alto en el uso
de la palabra. El señor Alcalde seguramente que no es consciente que en cada
palabra, en cada frase, en cada uno de los puntos que expone derrocha:
superioridad, vanidad y prepotencia y un estar por encima de todos los
presentes entre los que yo me incluyo.
Empieza el debate de cosas que
inmediatamente se tornan sin sentido pero que al parecer son de gran
importancia. El Alcalde menosprecia sin disimulo las intervenciones de los dos portavoces
de la oposición. Les corta, les recrimina mientras ellos hablan y luego les
quita la palabra dando a entender que ya han consumido el minuto que tienen de
tiempo para hacer oposición
Con especial saña se emplea el
Alcalde contra el portavoz del grupo más pequeño. Estoy convencido de que antes
de que comenzara la sesión le han cortado las patas a la silla en la que se iba
a sentar y que así pudiera servir de blanco de sus ataques. Una y otra vez
vuelan los desprecios y las descalificaciones, las insinuaciones y los
reproches. No importa si son personales o como grupo, si es por sus actitudes o
por sus criterios políticos, un totum para dejarlos desacreditados y sin
palabra.
El verbo del Alcalde se hace
grande y se ve reforzado por las precisiones del Señor Secretario y el eco de
las risitas del Teniente Alcalde. Los tres a una triangulando sus pases. Los
demás todos callados, en silencio. Castigados como si fueran los retardados de
la clase.
Entre las cinco personas del público,
una anciana les preguntaba y les increpaba en voz alta. Les llamaba la atención
y replicaba lo que decían desde el estrado. Y comentaba las decisiones con los
que están sentados a su lado. ¡Alguacil saca a la señora fuera…! Ordena el
Alcalde. El policía amenaza a la señora con sacarla por orden del Señor
Alcalde, pero cómo la iba sacar a la mujer si es inocente de las palabras que
grita, si la mujer era la más porfiada por el bien común de todos los que allí
estábamos.
Esta es una sinopsis de la película que he visto en el
salón de plenos.
Algo debemos hacer lo vecinos para acabar con tanta apatía.
La administración del pueblo a
las órdenes de sus amos electos y en cumplimiento de la Ley, han de convocar al
menos una sesión plenaria cada tres meses. Este proceder lo hacen para aprobar
aquello que ya está aprobado pero que necesita acuerdo del Pleno municipal.
Todo lo que se presenta es para
que todos los asistentes voten que SÍ.
Y quién vota que NO, es porque no
está a lo que está y No está con el bien hacer de pueblo y quiere paralizar lo
que se quiere hacer para llegar ver el partido de futbol, porque además le
dieron los papeles ayer y no ha tenido ni tiempo ni información para discernir
si lo que se quiere hacer está bien o mal. Mejor si el alcalde le quita la
palabras
En una alarde de transparencia y
de procurar la participación de los concejales electos para que hagan oposición,
durante cinco minutos cada tres meses, el Alcalde da permiso a los dos
portavoces que no son de los suyos, para que opinen en el apartado que aparece
en el último punto del orden del día: ruegos y preguntas y digan cómo se pueden
hacer mejor las cosas mejor de como lo hacen ellos, solamente con la
subrepticia intención de que demuestren definitivamente que son tontos.
En este ambiente: entre susurros
y medias palabras, todo son sonrisas del lado de la mesa en el que están
quienes soportan el poder cuando no risas y carcajadas o directamente insultos.
Y la oscuridad que alumbran entre
todos.
¿Por qué no la harán las sesiones
plenarias de día?
Justamente después del último ruego
del último portavoz de la oposición me levanté de la bancada y me dirigí a la
puerta.
Se levanta la sesión.
Esta noche no hay ni ruegos ni
preguntas para el público.
Al secretario y al alcalde les han entrado el canguelo con mi presencia.
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